Desdramaticemos las violaciones

Estos días, numerosas voces piden que en nuestro Código Penal se recoja el delito de violación. Pero este post no va sobre dicho debate.

Si hablamos de violación como hecho exclusivamente delictivo, agravaremos aquella paradoja de la que me quejaba hace algunas semanas: Que violaciones hay todos los días y a todas horas (y muchas más, si no fuera porque la mayoría de mujeres no está lo bastante formada para reconocer cuándo se le viola); que violador puede ser tu hijo modélico, tu padre, tu hermano, tu amigo del alma, tu simpatiquísimo vecino, tu siempre agradable y solícito médico. Incluso el abogado que lleva tu caso de violencia de género. Amigues, la violación no es cuestión de conducta («yo eso no lo hago»), sino de cultura. Aunque en el imaginario colectivo, el acto de violar suena terrorífico, sufrimos una disonancia cognitiva que nos impide llamar violación a las cosas que lo son, para negarnos a ver el problema y normalizar la violencia sexual.

Esto permite que haya violaciones, pero que ningún hombre se reconozca como tal. A las violaciones se les llama «ser un novio pesado e insistente», «técnicas de ligues» o «propasarse». Yo propongo aprender que un violador no necesariamente es una mala persona. La mayoría de violadores no son como los de La Manada, que se jactaban de usar cuerdas y drogas para inmovilizar a las víctimas. La mayoría no viola para hacer daño a una mujer, sencillamente sucede que, fruto de una pésima educación sexual, desde pequeñito ha crecido con que, como hombre, sus deseos están por encima de los de las mujeres. Le han enseñado con mensajes directos y sutiles que las mujeres estamos ahí para complacerle, cueste lo que cueste, y que las agresiones sexuales, lejos de dejarnos daños emocionales, nos suben la autoestima al sentirnos deseadas. Nunca en la historia se les ha dicho a los chicos que deben comprobar el deseo de ellas en todo momento. Tampoco escasean las referencias culturales que van más lejos y se lanzan a romantizar los abusos sexuales, presentándolos como muestra, ya no solamente de lujuria o deseo, sino de amor («Es que te quiero tanto que no puedo contenerme»). Estas ideas sexistas, junto con el mito machista de la sexualidad masculina irrefenable (Qué curioso que sólo sea irrefenable cuando la víctima es vulnerable y no va a poder defenderse, ni en el momento, ni posteriormente por vía legal) producen la siguiente situación: Un hombre que, como sabe que no es mala persona y desea mucho a su víctima (lo cual supuestamente es positivo), y como además tiene derecho a que sus deseos se satisfagan, no tiene ningún problema en violar. Pero es que además, como violar es eso que hacen desconocidos encapuchados y armados en un callejón, prevenirlo o reflexionar sobre agresiones sexuales como que no va con ellos. No es lo mismo. Ellos simplemente estaban de calentón. Ya si eso, cuando llegue la carta de la denuncia, pues diremos que ella es una borracha, una puta que sale de fiesta, que no ha sido para tanto ya que ella sigue estudiando y viajando (pongo énfasis en el «para tanto»; tenemos la idea de que una violación no puede considerarse tal si no nos destroza la vida).

Pues amigues, he aquí la realidad: Las mujeres nos reponemos de las violaciones la mayoría de las veces. Vamos a desdramatizarlo: Los hombres violan porque pueden, porque el respeto hacia la mujer no se enseña con el mismo ahínco que a utilizar la cuchara. Los violadores no son malas personas ni criminales, la mayoría de las veces. Son hijos sanos del patriarcado. Así que, mujeres que me leéis, si vuestro ligue, amante, etc. hace algo para lo que habíais dicho que no, o insiste, o no espera a un sí, sentaos tranquilamente y que no os tiemble la voz al decirle que os ha violado, con la misma naturalidad con la que le diríais que no os ha gustado la última película que habéis visto en el cine. Sólo así, reflexionando sobre este tema y naturalizándolo, podremos arreglarnos sin armar melodramas inútiles estilo «¡Pero qué me estás diciendo! ¿Que soy un violador?». Porque tras estos melodramas viene un silencio, un silencio que encima nos culpabiliza a nosotras por quejarnos (ya sabéis que para el patriarcado el problema nunca es la violencia que sufrimos, sino el momento en que dejarmos de callar y aguantar). Que llamar a alguien «violador» (Igual que llamarle «machista») sea un tabú peor incluso que violar o cometer actos machistas nos deja inermes, nos arrebata las palabras y conceptos para denominar un problema y exigir una solución. Así que, sin teatros de tragedia griega, apropiémonos de nuevo de esa palabra, digamos claramente que se nos ha violado, y si el señor de turno quiere revisarse, que lo haga. Y si se va de nuestra vida, ya sabéis aquello de: Enemigo que huye…

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